periodismo cultural y nueva obra

Crónica

03.08.2011 06:34

douglas coupland en zürich

 

 

 

tú no eres tu cuerpo

 

 

              

 

   COUPLAND subió al escenario con aire de animal acorralado, femenino. Miró a la gente escondida en la penumbra y susurró algo inaudible con grave voz de bajo. El recinto estaba tres cuartos lleno y la manada de treintañeros  y venerables sexagenarios que la componían se arrebujaban en la seguridad del semianonimato que la penumbra brindaba. El escenario tenía dos columnas romanas a los costados alumbradas por una pálida y chic lucecita rosada. Una mesita del siglo pasado de seis patas servía de oratorio, de confesionario. En las mesas habían velas metidas en frasquitos de vidrio. El ambiente era sosegado, paciente, inocuo.

   Coupland miraba con aire alcoholizado una mirror ball que proyectaba luces sobre él y dijo, trastabillando ‘¿Hay luces sobre mí?’ y la audiencia, complaciente, educadísima, jem-jem-jem. Oh, bien, Mr. Coupland se apoyó en la mesita y dijo hello everybody, hello Zürich, is Christmas, don’t? and downtown downtown –y comenzó a cantar Downtown de Neil Young,  del  disco Mirror Ball. Después dijo que iba a leer algunos capítulos de su primer libro Generation X, y se iban a proyectar un par de vídeos: el primero sobre Life After God, su tercer libro, y una entrevista que Mtv le había hecho. Después preguntas y respuestas. Después firma de ejemplares para aquellos que quisieran, aquellos que tuvieran ejemplares para firmar.

 

 

 

   (Ay de mí corriendo por los pasillos iluminados de la estación de trenes de Zürich buscando la salida y al encontrarla –mientras los borrachitos gritaban cosas sin sentido desde los baños- al subir la escalera pensé que estaba muerto y que el cielo existía: millones de luces amarillas pendían sobre la Bahnhofstrasse todo a su largo y la noche era como día pero un día fantástico con japoneses deambulando por la calle más cara del mundo con bolsas de compra y los tranvías circulando por los raíles engrasados y las vidrieras adornadas con guirnaldas y más luces: un orgasmo lumínico que después entendí: no me había muerto, el cielo seguía sin existir y las luces anunciaban la llegada de la Navidad y los japoneses eran sólo japoneses, neuróticos, hoscos, sonrientes, d e s a g r a d a b l e s  japoneses)

 

 

   COUPLAND leyó por cierto muy bien con grave voz pausada, actuando los personajes de Generation X, retrocediendo y avanzando con la voz, con los gestos amanerados, exagerados, y era la voz necesaria que cuenta cuentos para dormir, la voz segura que apacigua, la voz de una generación, nuestra generación que necesita de narradores nocturnos para dormir  y soñar en la posibilidad que todo al despertar sea levemente mejor, o por lo menos distinto. Él dijo que no creía que las generaciones fueran fruto de determinada edad sino más bien de determinados sentimientos, determinadas formas de encarar situaciones. Los venerables ancianos del auditorio asentían en cómplice silencio. Coupland, vestido de turista yanqui (jeans, campera inflable sin mangas, remera marrón, botas de montaña anudadas hasta la mitad, gorrito de lana) susurraba cada tanto,  interrumpiendo la lectura –sus personajes andaban por Caléxico, buscándose a sí mismos en el desierto entre California y México- mirror ball mirror ball mirror ball que me alumbras y cantaba de nuevo Downtown de Neil Young con flexible acento canadiense del que él se excusaba. Nacido el 30 de Diciembre de 1961 en la base canadiense de la NATO en Baden Söllingen en Alemania, Coupland se crió en Vancouver, Canadá, en donde aún vive y en donde escribe sus libros. El primero de ellos lo convirtió en el ícono mundial de una generación y en el star de la media. Hoy anda por su cuarto libro, Microserfs, que trata irónicamente de los freaks de los Computers, empleados de Microsoft en Silicon Valley, California, que dejan de tener vida y se inventan una nueva dentro del formato de la pantalla del personal computer poblada de signos sin significados y significados sin sentido. Tras Generación X, Shampoo Planet y Life After God, Douglas Coupland se sumerge aún más en el  sinsentido de nuestros días y proclama, visiblemente bebido, tras acudir nuevamente a Neil Young que ‘el año que viene quisiera ser mejor de lo que soy hoy día, pero peor de lo que seré mañana’. Tempo es la palabra mágica. Tempo es la palabra mágica. Coupland ve seres con las manos alzadas buscando respuestas a sus preguntas pero también ve alguien que toma vino blanco y ruega para que no sea vino francés. Espero que no vendan vino francés en un sitio tan bonito y conciente como éste dice dejando los ojos en blanco y acentuando la frase con un quiebre de muñeca, yo no soy especialmente consecuente con las críticas a las acciones de las naciones pero lo que hace Francia en el atolón de Mururoa me parece una cochinada para la humanidad, y a continuación agrega que si no es vino blanco francés le gustaría tomar un poco. Aplausos. Aplausos. Aplausos. Coupland no sólo es conciente como nosotros. También se viste como nosotros. También bebe como nosotros. Es tan común como exitoso, es tan occidental, tan afeitado, tan agradable; es afeminado pero tiene voz grave, su mirada es neutra, negra  y directa, su nacionalidad confusa, su pasado distante y reciente, está en esa edad indeterminada entre la juventud y la vejez, es ingenioso, rápido, cadencioso. Al finalizar el show adoptaremos sus poses para nuestro cuarto de hora y su magia nos seguirá dondequiera que vayamos. Es el amigo perdido, la abuela contadora de cuentos, la conciencia. Todo en uno. Todo en el mismo paquete. El bebé de la multimedia. Mac Donald’s vuelve a triunfar o como él mismo responde a la pregunta de la entrevistadora en el vídeo de la Mtv que pasan a sucesión: ‘¿Si fueras un animal cuál serías?’ ‘¡Yo soy ya un animal!’

 

 

 

             

 

 

 

i

am

already

an animal!

 

 

(me recuerdo a mí mismo tendido enfermo dentro de una carpa que tenía el techo amarillo, con fiebre, delirando, levantándome por la noche para vomitar sacando sólo la cabeza por una rendija de la puerta de la carpa viendo los otros habitantes del camping nuevozelandés dormir despreocupadamente y yo arrojando las tripas escudado por las montañas de Queenstown, The Remarkables, donde por el día hordas de turistas japoneses asolaban mis bares bebiendo cosas lamentables como coca cola con limón, y el libro de Coupland  Life After God a mi costado, releído, releído, releído, ah mis viajes, el viaje físico, el viaje del alma, el tiempo es una cosa divertida, la distancia es algo relativo, mi  e n v o l t u r a  comenzaba por aquel entonces a secarse, a decaer, y una loca de Vancouver me decía que yo tenía los ojos más bellos que había visto jamás y yo pensaba sí pero mi envoltura comienza a decaer y la veía desnudarse en la arena de la playa y yo trataba de ver posibles delfines en el agua de Nelson, posibles focas en el agua de Nelson…)

 

 

   COUPLAND dice que el tiempo es una cosa divertida. Asiento desde la penumbra. Mis compañeros treintañeros también. Los sexagenarios no parecen de acuerdo. No lo encuentran divertido. Pero Coupland había dicho con anterioridad que la generación no es una cuestión de edad. Quizás no es una cuestión de edad. Es una cuestión de tiempo, de tiempo posible, de tiempo aprovechable, de ¿tiempo que resta? El tiempo es el tiempo que resta.

 

 

 

 

 

el tiempo es el tiempo que resta

 

   COUPLAND se despidió del benevolente y aseado público con un chiste acerca de un empleado de Microsoft y una rana del cual entendí todo menos el final (bravo, Berdino) mientras la mirror ball giraba y giraba como en una película de Travolta, como en un baile en el Deportivo de mi juventud y la gente se levantaba entre comentarios concordantes  y una tendencia de ir a orinar antes de la firma de ejemplares. Coupland desapareció detrás de las cortinas bordó que hacían de telón y yo desaparecí tras una Miller de 4,50 de contenido alcohólico. Una moza se agachó para levantar algo del suelo. Los comensales, tal era el nivel culturoso, hablaban en inglés. Coupland reapareció, ídolo de la media, rodeado de escuálidos guardaespaldas de rapadas seseras. Coupland sostenía en su mano izquierda un vaso de vino blanco, un apéndice de la amena jornada

   Coupland se dirigió a la mesa de la firma  y los pacientes formaron cola. Yo terminé mi Miller y me puse en mi sitio de paciencia viendo cómo cada integrante de mi generación, treintañero o sexagenario, tenía algo que decirle al representante bebido, nuestro muchacho canadiense. Al llegarme el turno le deletreé mi nombre al hombre pero él blableaba en manera lamentable las sílabas así que terminé diciéndole un abreviado y yanquizante Willi para tranquilidad de los guardaespaldas & sucesores en la cola. No ocaso para el muchacho, no hoy, please, las luces de Navidad brillan por sobre toda la Bahnhofstrasse, los japoneses cargados con sus compras navideñas y uno, al emerger de los pasillos de la estación tiene la impresión que está muerto tanta es la majestuosidad, el fasto, no ocaso para el representante de la generación, no hoy, al menos, por favor.

 

   (Yo era siempre el mismo, vagabundo inmemorial, perdido en otras zonas del mundo, y el código de supervivencia era un código Coupland y mi tendencia a mitificar me desmitifica vomitando mis demonios a través de un hueco de mi carpa con The Remarkables como testigos mudos, como mudos centinelas de mi alma, un alma X, un alma Coupland también)

 

 

 

 

Wilmar Berdino

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