periodismo cultural y nueva obra

 

 

así se planta la lechuga

 

 

      al fondo, a la derecha

 

 

08.05.2018, radio moscow, mascotte, zürich

Primero lo primero: el local en semi-penumbra, la gente entrando educadamente, manada pelilarga de modales de salón, no de concierto de rock sesentero. Música de fondo: The Black Keys. Los barmans sonríen cuando te sirven la cerveza, botellitas de 350 ml, a seis francos suizos (dólar-franco suizo 1-1). Calculas mentalmente la plata que llevas en el bolsillo, cuantas cervezas, etc. Piensas en empezar una especie de curso mental para beber menos cervezas en los conciertos ya que te descalabra el presupuesto. Ok, tampoco es para tanto. Suenan los Black Keys, la manada pelilarga es educada, los barmans sonríen. Y en el escenario se prepara el grupo de apertura. Elegua. Psychedelic Southern Rock'n'Roll Band fron Olten, Switzerland. Ready to melt and wet your legs? dice en su página en Facebook. Well, melt and wet your legs no diría, pero sonaban bastante acorde a lo que proclamaban. Al retirarse, tras media hora sudorosa, los plomos dejaron a mi lado -me encontraba junto al escenario- una de las cajas de los instrumentos. Tenía un sello de Buquebús.

Ni veinte minutos más tarde, tras retirar todos los implementos musicales de Elegua, en un escenario desnudo, parco, con solamente dos amplificadores y una batería con lo esencial al fondo, subieron, sin estruendo, casi tímidamente, los tres pelilargos de Radio Moscow. Descubiertos y producidos por Dan Auerbach, el guitarrista de The Black Keys, los treintañeros de Store City en Iowa, se definen como los sucesores de Black Sabbath, y su guitarrista y fundador, Parker Griggs, como Stratocaster genius. Opa. Tras el aspecto de timidez y recato se esconde una gigantesca porción de seguridad y autoestima. Lo cual, por supuesto, no tiene porqué estar mal. Pero tampoco tiene que estar bien. Veamos. El baterista, Paul Marrone, estuvo a mi lado mirando a Elegua, tomando la cerveza a seis francos, gratis, supongo. Aplaudió correctamente cada canción pero no noté que se le derritieran ni se le humedecieran las piernas. Un reconocimiento medido a los colegas helvéticos mientras apuraba birra tras birra. Gratis, supongo. Tras la batería, en acción, uno solamente veía una masa capilar con dos brazos, up and down, up and down, aporreando con lujuria rítmica las bases de las canciones. Sudando las gratitudes lúpulas, ahora sí, no era comedido ni respetuoso. Su laburo consistía en acallar los murmullos del público que, o bien debatía las bondades del tom-tom o criticaba sosegadamente los precios de la barra. Delante de mí, un joven, de pocas características buenmocísticas discutía con una gordita de espectacular pelambre. En determinado momento, el no-Adonis, pegó un botellazo de 350 ml contra el techo de uno de los amplificadores, tomó la gordita de los regordetes brazos, la corrió, no exento de violencia, de lugar, gritándole un sensual "fuck you!" y se puso a bailar al lado de una rubia de mejores proporciones. La gordita, agitando el impresionante nido de avispas que oficiaba de testuz, le gritó, cosa que ni Marrone pudo tapar con sus up and downs, "qué te pasa, huevón de mierda!". La gordita era chilena.

           

El bajista, Anthony Meier, con los zapatos gastados de trajinar escenarios psychedelics del mundo, metía pulgar, índice y medio como poseído por los grooves que él mismo creaba. El Stratocaster genius hacía espasmódicos movimientos que, si hubiese habido la manera de poner en modo mute el torrente de sonido del local, uno podría haber llegado a creer que tenía algún problema digestivo. The way to the wc, please? Como siempre: al fondo, a la derecha.

El torrente creativo no cesaba. El torrente creativo era torrente pero poco creativo. Ok. Hendrix estaba allí, Cream, y, sí, Black Sabbath. El blues demoníaco de las huestes humanas que querían cambiar algo en una época en el que el cambio era la llave negra, the black key, que más se aproximaba al deseo de igualdad, justicia y paz para todo y todos. En esa época nuestros padres eran los treintañeros que estos treintañeros querían imitar. Lo que a finales de los años sesenta la cerveza seguro que no costaba seis francos la botellita de 350 ml.

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Wilmar Berdino nació en Maldonado y vive en Suiza desde hace cerca de tres décadas. Escribió en publicaciones under como "Mole-q-lar" y "Viajero de piedra muerta" y fue colaborador de la revista "Relaciones".  Cuando se jubile, piensa volver a establecerse en Uruguay.