periodismo cultural y nueva obra

música

26.06.2011 06:34

 

 

 

mocasines dada

portugal. the man en zürich

 

 

 

Yona Friedman hablaba a través de Skype y no se le entendía nada. O, mas bien, se entre-escuchaba un gorgoteo que suponíamos era inglés porque el moderador, de este lado, del lado nuestro en el café, había preguntado en ese idioma. La mesa en la que apoyábamos nuestros codos era la misma que la que teníamos en casa, mejorada con cientos de rayaduras y grafitos mas o menos ilustres, en aquel lugar egregio, histórico. Acuciados por el frío, caminando por la Niederdorfstrasse en Zürich, nos habíamos detenido frente mismo al famosísimo Cabaret Voltaire, lugar de encuentro de dadaístas y otros anarcos de la mente a principios del siglo pasado, de turistas japoneses y friolentos semi-lugareños hoy día. Fundado por Hugo Ball en Febrero de 1916 fue refugio de asilados con ideas revolucionarias, artistas fuera del main-stream y locos sueltos a los que dejaban, dentro de sus paredes, en paz expresarse. Tristan Tzara, Hans Arp, Pablo Picasso, entre otros, supieron frecuentar el lugar. En 1922 cayó el movimiento, pasando muchos de sus integrantes al surrealismo.

 

                             

 

 

En este día en especial, con el café en las manos, los codos sobre la mesa mejorada, mirábamos al arquitecto francés de origen húngaro, fundador del GEAM (Grupo de Estudios de la Arquitectura Móvil) cuyo manifiesto fundacional creó él mismo en 1958, gorgotear un inglés desmejoradamente skypeado a la dos docenas de ateridos voyeuristas acunados poco dadaístamente en el sacrosanto recinto, esperando que pasara el frío, y, nosotros dos, esperando que pasara la hora para el inicio del recital. El encuentro con Yona había sido fortuito y nos proporcionó, en la escasa hora en la que estuvimos calentando nuestros cuerpos & espíritus, algo de nonsense en nuestra visita a la ciudad, visita que tenía, en realidad, otros destinatarios.

 

En el 2004 pasaron muchas cosas. Entre otras la re-apertura del Cabaret Voltaire en Zürich. En Wasilla, Alaska se fundaba un grupo de rock alternativo: Portugal. The man. En Montreal hacían lo mismo Plants and Animals. Y ambos grupos tocaban ese día en Mascotte, un pub que se encontraba a las orillas del lago de Zürich, al final de la Niederdorfstrasse, a escasas centenas de metros de donde buscamos, dadaísticamente, refugio.

Al llegar nosotros al Mascotte este se encontraba todavía vacío; unas parejas aisladas se perdían en los sillones del primer piso, conversando en voz baja, bebiendo cerveza de botellas escandalosamente sobrevaloradas. Música de fondo: Arcade Fire. Luces opacadas como en un teatro. En el escenario, que se encontraba justo debajo del palco del segundo piso, se veían dos baterías. Unos plomos desenrollaban y enrollaban, a continuación, unos cables, y probaban los micrófonos, y hacían las (para el ojo lego) inexplicables tareas de los encargados que todo suene como tiene que sonar a la hora de la verdad.

A la hora de la verdad el recinto se encontraba lleno, y tres jóvenes con aspecto de todo menos de músicos se subieron al escenario tras caminar entre los espectadores, cervezas en mano. Warren Spicer, Matthew Woodley y Nicolas Basque. Plants and Animals. La música de este grupo se podría catalogar de la siguiente manera: Jimi Hendrix, deseoso de experimentar nuevas drogas, trueca su guitarra por unos bongoes africanos y se dedica a hacer folk progresivo influenciado por Miles Davis, debajo de un puente, de paseo por Montreal. De esta combinación surge la música de Plants and Animals. Riffs hendrixianos mezclados con pasajes de expectativa jazzística fusionándose con exabruptos tribales, dantescos, orgíasticos, grooves africanos; uno imaginaba al brujo saltando posesionado frente a la hoguera con la cabeza de un espectador como tributo a algún dios menor, cobarde, sangriento, eternamente insatisfecho; la dictadura del deseo. El flujo maldito duró escasa media hora. La gente, azuzada, quería mas. El masterplan  de los organizadores no: tras un par de bises los tres exorcizadores abandonaron el recinto de ofrenda dejando el altar libre para Portugal. The Man.

 

Zach Carothers, bajista de profesión, merecería trabajar de actor en alguna película de los hermanos Coen, como hippie venido a menos bajo la férrea estrella de sus -algo ajadas- convicciones. Desde el lugar en el que nos encontrábamos juro que se le podía sentir el olor a pata. Sus ropas de second hand shop, cuidadosamente elegidas para ser de los años sesenta, sus mocasines (como esos que Chele tiraba para atrás en la publicidad de la tele), su no corte de pelo, sus movimientos de multi-orgásmico. Poco creíble que un simple bajo pueda patear tanto las pelotas, el estómago, las neuronas. Impulsados por su convicción, el público sudaba con él, sudábamos. Cada nota era un uppercut al alma, la suya, la nuestra. Paseábamos por Wasilla, Alaska, y le pegábamos todos juntos patadas en el culo a otra hija ilustre de la ciudad, Sarah Palin, cerrábamos Guantánamo con Bush como único prisionero y enviábamos a Obama a jugar al golf en Peshavar con Tiger Woods: el Mundo sería un lugar mejor.

John Gourley, Jason Sechrist y Ryan Neighbors completan la formación del maravilloso Portugal. The man. Un viaje a un pasado que podría llegar a ser un futuro sin manchas.

'En Wasilla' dice Zach 'he visto crazy shit. La monotonía de la vida allá te lleva a tener visiones, luces en el cielo, cosas en los bosques, te lleva a experimentar, pop rock con sintetizadores, stuff antiguo, pop sicodélico, funk, funk, funk... Vives como en otra dimensión, te dejan de importar cosas, te comienzan a importar otras, te descubres a tí mismo, te haces importante en tus cuatro paredes, las que importan, las que están dentro de tí, te ves con los bolsillos vueltos hacia fuera, y desnudo, y con la música en tu cabeza, y ya nada es como era antes, y te transportas a tu futuro, y descubres que puedes reír...'

Desde Waiter: "You Vultures" del 2006 (su lanzamiento a la, si bien alternativa, fama), pasando por Church Mouth (2007), Censored Colors (2008), The Satanic Satanist (2009) a American Ghetto (2010) han ido en plena evolución hasta llegar a este día de redescubrimiento y reafirmación: el futuro de la música pende del hilo del pasado, que es grueso, sensible, robusto, frágil, hermoso, desagradable, bello, horrible, paciente, inmisericordioso, como la vida de Zach, la tuya, la mía, la nuestra, la de todos nosotros, vivamos en Wasilla, Montreal, Zürich, o donde carajo sea.

 

wilmarberdino@hotmail.com

 

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