periodismo cultural y nueva obra

Crónica

18.04.2011 15:48

 

PARTIDAS, ETC

 

 

 

 

“ESPECIALISTAS EN EXCREMENTOS” leí borrosamente en el cartel al costado de la ruta, a la altura de Parque del Plata, semidormido o semidespierto, ya no recuerdo. Ibamos en el bus que nos llevaba a Colonia, ya de regreso a Suiza, vía Buenos Aires y Madrid, y los excesos de las noches anteriores (“¡Tendríamos que hacer una cena de despedida! ¡Un asado! ¡Con mucho chupe!”) se hacían notar con manifestaciones de malestar estomacal, cansancio, sensación de vacío... y visiones. El cartel en cuestión decía en cambio “ESPECIALISTAS EN CEMENTOS”, pero la mezcla velocidad-resaca le habían jugado una bromita a la realidad. La Catalana cabeceaba a mi lado, también grogui, su mirada perdida sin realmente ver un paisaje de eucaliptus con perros echados bajo sus sombras casi verticales junto a casas dormidas a la hora implacable de la siesta, el bus empeñado en arrullarnos con sus topetazos marca Volvo a 90 km. la hora. Partir a las tres de la tarde con 35° en un día de verano para volver a una Europa invernal con más de un par de dígitos bajo cero no es una buena idea, aunque generalmente partir no lo es, a menos que uno parta de, digamos, una cárcel, o del Estadio si tu cuadro va perdiendo el clásico cinco a cero, le han expulsado a tres jugadores y aún faltan 30 minutos por jugarse. Los días de asueto pasados en el dolce far niente fernandino con superabundancia de comida, bebida y rayos solares à discreción parecían un producto inacabado: llegas, cierras los ojos, respiras hondo, los abres, te vas.

 

Luego el mal sueño. Para tenerlo no hace falta estar dormido, o semi, como en el bus. Se puede vivir uno en cualquier lado, a cualquier momento, sin almohada, sin previo aviso, sin nada que lo anticipe. Como nos sucedió a nosotros al otro día en Ezeiza, el aeropuerto internacional (?) de Buenos Aires, poco antes de tomar el avión de regreso al par de dígitos bajo cero.

 

Empezó con los empleados de la compañía aérea que teníamos para volver a Europa. Southern Winds. Lindo nombre. Extranjero para no ser una compañía foránea, pero lindo, atractivo, tiene... mercado. Bueno, los empleados. Se tenían una sorpresita en las mangas almidonadas: unos impuestos a los pasajes los cuales, según ellos, no estaban pagos. Mis, nuestras, argumentaciones que esos impuestos no tenían asidero por tratarse de un viaje de vuelta no de uno de ida no encajaba en sus férreos principios: no era problema de ellos si los europeos eran tan estúpidos como para no darse cuenta del error. Ergo: a pagar o niente vuelo, exclamaban los cinco o seis empleados que se habían reunido en la ventanilla de embarque junto a un (tan inútil como ellos) supervisor con bigote y perita –que no le iba nada bien, dicho sea de paso. Ni decir que multitudes presenciaban la contienda. ¡La Catalana & Berdino vs Southern Winds! ¡Barcelona & Minas vs Argentinos Agringados! Exigimos hablar con algún superior –de ser posible sin bigote y perita. Nada. No tenían, se regocijaban a coro, ¡oficinas en el aeropuerto! ¡La más cercana en la avenida Santa Fe! (Algo así como a veinte kilómetros, en pleno centro de la urbe). ¡Y todas las decisiones las tomaban ellos! Ellos: Los Inútiles Almidonados. Capitulamos. Perdimos. Pagamos. 50 dólares asumía la ficticia (a nuestros ojos) deuda.

 

 

Al tramitar las valijas y darnos nuestras tarjetas de embarque Bigoteperilla nos informó, con una mirada maliciosa, que debíamos abonar, aún, las tasas de embarque obligatorias del aeropuerto. 36 dólares, ambos. Pánico. Contamos nuestras menguadas pertenencias monetarias, el resto de nuestro tesoro de chirolas internacionales: algunos francos, un par de euros, 1 dólar, 5 pesos argentinos y algunos pesitos uruguayos. No llegábamos ni ahí a la suma requerida. Las tarjetas de crédito fenecidas por sobreabuso, sin cheques de viajero, sin direcciones a quien acudir en Buenos Aires... Nos dirigimos presurosos al sitio en donde se debía de pagar dicha suma a explicar la situación, nuestra momentánea insoluble insolvencia, a pedir clemencia impositiva, por así decirlo. Pensamos que tras años y años de mangar piedad ante el Fondo Monetario Internacional los argentinos estarían duchos en las artes del perdón y redención para el discapacitado financiero. Estarían para recibirlo, porque lo que es para darlo seguían siendo los mismos arrogantes incondicionales como los conocemos. No era su problema, no era el problema de la Southern Winds, no era el problema de nadie, sólo nuestro, y se pasaban la pelotita magistralmente de uno a otro, nos enviaban ante nuestra exposición y muestreo de monedero vacío de oficina en oficina, de mostrador en mostrador, de ventanilla en ventanilla, pobladas cada vez por gente más y más insolidaria e incapaz, meneadores de cabeza, levantadores de hombros y decidores de “¡Quelevasacé! ¡Hay que pagá! ¡Sinó no subí! ¡Quelevasacé!”

 

 

Eso nos preguntábamos nosotros... “¿Y ahora que vamos a hacer?”

 

“¿Precisan ayuda?” nos preguntó una mujer mayor, con vestido a cuadros, cordobesa, que había observado nuestro fatuo peregrinar en busca del perdón. Alguna vez le había pasado lo mismo y alguien le había ayudado, por eso “si llegaran a precisar dinero yo se los presto” nos dijo sonriendo tímidamente. Le agradecimos, ella nos dijo en donde iba a estar, y nos fuimos a nuestra última etapa de posible fuente de ingresos last second: Western Union. Bigoteperilla nos había dicho que en el aeropuerto existía una filial en la cual se podía recibir dinero. Mientras buscábamos el local pensábamos en las posibles víctimas en Uruguay, España y Suiza a las cuales recurrir. Al llegar frente a sus puertas percatamos, pequeño detalle de importancia menor, que estaba cerrado por ser fin de semana. En Informaciones nos dijeron que en San Justo, a 50 minutos de taxi, había una Western abierta. Otra nimiedad: el avión partía en 45 minutos. Regresamos a la sala central a tratar de ubicar a la cordobesa salvadora. Todas las mujeres que pasaban envueltas en algo parecido a una cortina de comedor se le parecían, pero resultaban no ser. Perdida irremediablemente en los vericuetos del edificio nuestro monedero cordobés y con ella, las esperanzas. Decididos a un último toque de audacia nos apersonamos al policía, chaqueño, que controlaba el acceso a la sala de embarque propiamente dicha, inspeccionando, sobretodo, que el impuesto estuviera abonado. Con caras de perros apaleados, explicamos. Con cara de bulldog, escuchó. Luego ladró: “Me gustaría mucho ayudarlos, dejarlos pasar gratis, o prestarles dinero, pero si hago lo primero pierdo el trabajo, y para lo segundo tendría que tener plata, algo que no tengo desde mi nacimiento... ustedes saben que nosotros somos los últimos orejones del tarro...no tenemos ni dinero ni poder... lo lamento” Y agregó “Lo que pueden hacer es ir hasta la ventanilla de embarque y mangar la guita a alguno de los pasajeros que vaya con ustedes en el mismo avión con la promesa de devolverla apenas lleguen a destino”.

 

Fuimos hasta el lugar sugerido y empezamos a encarar a la gente con un frenesí tan descarado que no dejaba lugar a ninguna duda: estábamos al borde del desespere. Dos porteños con caras de cancheritos, cincuentones, pose ganadora, entretejidos: “¿Eh? ¿Guita? No viajamos en el avión. Vinimos a despedir a un amigo”. Porteña, rubia teñida, falsedades hormonales con eco por todas las curvas, cara de Moria Casán, con amiguito treinta años más joven, cara de treinta años más joven: “¿Eh? ¿Guita? ¡Tengo solo travellers! ¡Sorry!” Porteño treintañero a la carrera: “¿Guita? No me quedo en Madrid, sigo viaje”. Cuando la tez de La Catalana comenzaba ya a dar muestras de hidratación involuntaria, apareció nuestro supergallego, nuestro galaico inmortal, nuestro héroe no ecuestre español... ¡MANOLO! (Sin bromas: se llamaba Manolo en serio). Dijo “¡Ningún problema!” y sacó su Visa Oro y nos pagó el embarque –a 15 minutos de la hora oficial de la partida. El hombre se ganó una semanita gratarola en el minúsculo habitáculo de la Parada 37, en eterno agradecimiento, a él personalmente, y a toda la Madre Patria en general. Juré no decir nunca más en mi vida un chiste de gallegos. Por lo menos en ese momento crucial.

 

 

 

Moraleja 1: no confíes en demasía en Southerns & Westerns.

 

Moraleja 2: no vayas a Ezeiza a tomar un avión si no tienes, como mínimo, 100 dólares disponibles.

 

Moraleja 3: acepta toda ayuda que venga de prestamistas cordobeses al instante.

 

Moraleja 4: sigue siempre los consejos de policías chaqueños que trabajen en los aeropuertos aunque tengan cara de perro.

 

Moraleja 5: no creas en todas las excusas que te dicen al pedir plata: a los entretejidos cancheritos que iban a despedir a un amigo los tuvimos todo el viaje de regreso detrás nuestro.

 

                                                                                                       

 

 

wilmarberdino@hotmail.com

 

 

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